Fuiste tú quien robó mi mes de abril.

No uno, sino dos; fueron dos meses de abril que me robaste y que yo te hubiera dado si me los hubieras pedido, pero que decidiste cogerlos sin permiso y arrancarlos de mi calendario para hacerlos tuyos.

El primer mes de abril robado fue inesperado, lleno de primeras veces: primeras promesas, primeras miradas y primeros besos.

Quedábamos “donde siempre” y “a la misma hora”. Yo no me lo podía creer, teníamos un “donde siempre” y un “a la misma hora”.

Entraste e invadiste mi mundo, mi ciudad, mis horas de sueño y los pocos secretos que me quedaban contigo. Paseaste por mis calles, te impregnaste de mi día a día y yo seguía sin saber nada de ti. Esa maldita sonrisa tuya tan misteriosa como sincera, tan inescrutable como amable me hacía olvidar lo poco que te conocía en realidad.

Me enseñaste a vivir intensamente el momento, pero a cambio me obligaste a esperarte durante un año, hasta el próximo mes de abril.

El segundo mes de abril te estaba esperando, a ti y a tu sonrisa, he hiciste lo que mejor se te daba: desarmarme. Sin darme cuenta había vuelto a caer en tu red y otra vez me robaste mi mes de abril.

Pero esta vez fue diferente. No estuvo lleno de primeras veces, sino de últimas: las últimas promesas, la última mirada, el último beso y la última vez que os vi a ti y a tu sonrisa, desapareciendo para siempre con mi mes de abril.

«Pero… ¿quién me ha robado el mes de abril? Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón». -Joaquín Sabina.

-Ara.

P.D: a quien robé su mes de abril.

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