El Café Orleans era su sitio favorito. En él podía pedir su café bien cargado como acostumbraba y abandonarse a la lectura o a sus pensamientos. Todas las tardes como decía ella “se dejaba caer por ahí”. A pesar de su habitualidad nadie la conocía, ni tan siquiera su nombre por lo que la llamaban “la chica del café”.
Un buen día algo cambió en sus rutinarias visitas. No venía sola, sino que la acompañaba otra chica de su misma edad, debían muy buenas amigas para que “la chica del café” le enseñara su escondite secreto.