Aviso: Esta es la última parte de la Trilogía Ensueño, precedida por Las ferias y El juego. Espero que hayáis disfrutado con esta nueva serie de relatos por entregas y os recuerdo que si os gustan este tipo de historias también tenéis disponible Tetralogía Destino.
Mención especial a Roberto Castro Hernández del blog AlanJPG por su colaboración aportando la fotografía y el texto de la carta, y al propio Alan (fundador del blog) por haberme acogido tan bien en su blog. Espero que esta sea la primera de muchas más colaboraciones, gracias de corazón.
Y sin nada más que añadir, que comience el final.
Llegados a este punto de la historia, imagino que habréis adivinado que decidí seguir con la misión pero os advierto: lo que estáis a punto de conocer es información estrictamente confidencial por lo que a partir de aquí leeréis bajo vuestra responsabilidad… y suerte.
Nos desplazamos en un furgón negro cuyos cristales tintados, también en su interior, no dejaban adivinar cuál sería nuestra próxima parada. Custodiada por dos de aquellos musculosos hombres armados en el asiento de atrás además del chófer y la muchacha de la sala de copiloto, tenía difícil cualquier intento de huida, aunque, siendo honesta, me estaba empezando a sentir cómoda y esa sensación de desasosiego inicial estaba desapareciendo por completo.
Bajamos del vehículo delante de un gran palacio o casa señorial de un estilo neoclásico muy particular rodeado de unos grandes jardines que le otorgaban mayor majestuosidad si cabía al edificio.
Para mi sorpresa, había mucha gente como turistas visitándola. Miré con extrañeza a esos dos hombres que ahora formaban parte de mi equipo. Sus miradas clavadas en el horizonte parecía que esperaban pacientes a que les dieran una orden… o a que yo hiciera algo. Levanté la vista hacia arriba y el reflejo de los lentes de un prismáticos me alcanzaron. Alguien me estaba observando.
Con paso firme entramos con el objetivo de alcanzar la torre, terraza o punto más alto de la casa. Sin embargo, nuestro camino se vio abruptamente interrumpido por un hombre maduro, con gabardina desgastada, al más puro estilo Humphrey Bogart de una de sus películas antiguas.
–¡Emmanuel!– Gritó, mientras se acercaba con un libro en su mano.– Enhorabuena por tu última novela– me felicitó a la vez que extendía un bolígrafo con el que firmarle el libro.
Divertida por la confusión, le seguí el juego, buscando la página de la contraportada para firmársela. Ante mi sorpresa reconozco mi foto y al pie ese nombre como la autora no solo de ese, sino de una saga completa de libros sobre fotografía. Inquietada por aquel descubrimiento reanudé la marcha y tras subir una de las escalinatas principales nos encontramos con una larga fila que esperan subir al ascensor, custodiado por un hombre, similar a mis dos nuevos amigos, que intuí daba acceso a nuestro destino. Decidida a no perder el tiempo, hice valer el nombre por el que me acababan de confundir que funcionó como llave maestra dejándome subir.
El ascensor era bastante pequeño, casi escaso para una persona medidas standard. Durante el breve trayecto me fui fijando en todos los detalles en oro que lo decoraban minuciosamente y en los mecanismos tan antiguos que lo mantenían en funcionamiento. De un estruendo el ascensor se paró, señal de que había llegado. Abrí la puerta de metal y nada más salir me recibe mi padre en la azotea de aquel edificio. Los prismáticos estaban a su lado y hay más hombres trajeados como él, bastante corpulentos y con armas colgadas de sus hombros.
Instintivamente agarré la metralleta que aún seguía amarrada en mi cuello y me acerqué hacia mi padre. Este, sin mediar palabra, me extendió una carta que rezaba así:
Esto hizo que terminara por enamorarme del edificio y querer llevármelo conmigo siempre.–Continuó narrando mi padre–. Sin embargo no me bastaba con tener el recuerdo en una simple fotografía, lo quería para mi, para nosotros, y para el pueblo.
Es así como planee el primer «negocio», me di cuenta que si era capaz de capturar la esencia de un edificio ¿por qué no el de las personas? Empecé a perfeccionar mi técnica y a disparar cámara en mano a todo lo que me rodeaba, incluso a una mísera hoja para hasta llegar aquí, a ser capaz de materializar una belleza accesible para todos.
Todo lo que has vivido ha sido fruto del trabajo que llevo perfeccionando durante años, –explicó acariciando la cámara que había encima de la mesa– he conseguido pasar de esto –señaló la misma instantánea del edificio donde nos encontrábamos –a esto –dijo terminando su discurso abriendo los brazos como si pretendiera abrazar la que era la obra de su vida–.
Sonreí, mientras mi padre me extendía su cámara fotográfica, comprendiendo al fin cuál era su propósito.
–Bienvenida al negocio hija mía.
Fin.
1º Parte: Las ferias.
2º Parte: El juego.
3º Parte: El negocio.
–Ara.
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