Aquél fue un verano fantástico y eso que los días pasaron tan deprisa que se quedó corto para tantos planes como tenía. Tenía planes… pero no te tenía a ti, aún no te había conocido. Pero surgió de pronto la oportunidad de conocernos, el encuentro en aquella fiesta junto a la playa a la luz de la luna. Después, la luz del sol nos descubrió que todo cuanto habíamos soñado la noche anterior era más hermoso aún, y tus ojos desprendían una luz que me dejaba pegado a ti como una polilla junto a un farol nocturno.
A medida que nos fuimos conociendo descubrimos que la atracción inicial que sentimos se hacía más fuerte cada día. Pero llegó el final y debimos separarnos. ¡Qué tristeza aquella tarde!… Te acompañé a la pequeña estación de ferrocarril del pueblo y miramos nuestros ojos en silencio. Tenías que subir al tren y tu mano soltó la mía. Las luces de la estación brillaban ahora más en tus ojos y te ofrecí mi pañuelo con la inicial de mi nombre trabada en azul en un extremo. Lo tomaste con cuidado y subiste con él al vagón, y ya dentro, desde la ventanilla, me diste el último adiós y me enviaste tu último beso.
Sigue leyendo →